lunes, 16 de julio de 2012

Hasta dónde llega nuestra capacidad de hartarnos


Hoy me he descubierto tomando mas de un café en la cafetería cercana a mi casa. Me he leído dos periódicos sin apenas darme cuenta que me zampaba los cafés sin piedad.

No esperaba encontrar ninguna noticia agradable ni motivadora, ya que ni tan solo las que lo intentan, lo son.

Ni tan solo la situación de violencia física y verbal que nos transmiten en los rotativos sobre cualquier otro lugar del mundo, ahoga el “llanto” de decrepitud que grita la situación de nuestro país.

Los ciudadanos ya hemos entendido que no se trata de cambiar las caras de quien gobierna, ya que no tan solo no han cambiado las perspectivas de futuro, sino que se aventura que nos dirigimos de forma constante al abismo. Uno de esos abismos que no se ven pero que se intuyen.

Y lo peor es que como los grandes temas financieros y económicos no se deciden ni en Europa, sino que están en manos de los “Mercados” y por lo tanto los gobiernos no tienen ni idea de cómo controlarlo, han decidido apretar las tuercas en aquellos temas que mas definen la política de uno u otro partido grande del Estado: el “jacobinismo” y la recentralización.

Con excusas fundamentadas en las consignas mas casposas que se les ocurren, siguen estropeando una y otra vez la convivencia, con decisiones que por injustas y malintencionadas, intentan que tengan mas “volumen y eco” que cualquier otra cosa que ocurra en la realidad del país.

Yo seguía bebiendo el café, sin acordarme que me quedan menos de 10 euros en el bolsillo para darme este “capricho” del café durante esta semana, que no sé cuánto me van a costar los medicamentos que voy a ir a buscar mañana, que no sé cómo voy a atender el recibo del préstamo, que ya se me acabó la prestación del desempleo, que no sé cómo voy a poner gasolina al coche para ir a Barcelona a la entrevista de trabajo (en la que me van a rechazar porque tengo mas de 50 años), y tampoco cuánto me va a costar aparcar en esa ciudad a 40 kilómetros de donde vivo. Y ya no pienso en comer, porque los tres que vivimos en casa dependemos de un sueldo de un trabajo que contratan un día antes y descontratan un día después.

Y además, descubres que el gobierno central nos recuerda que somos un país de personas con capacidad de sacrificio y que las medidas que se toman, lo hacen para tener un futuro mejor y en beneficio de todos (?).

La situación descrita no es ficticia. La situación descrita empieza a ser común entre mucha gente cuyo hartazgo empieza a mostrar signos de evidencia. 

(Nota del autor: Esta historia de ficción está inspirada en la realidad. Los personajes son reales, aunque no responden a la historia de nadie en concreto)

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